Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 17 de junio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Romero Robledo
Número y páginas del Diario de Sesiones: 3, 43-47
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

Y la mayoría, que como toda colectividad, se desprende difícilmente del instinto de conservación, protestó, se defendió; en una palabra, estalló.

Realizado el estallido, rehecha la tormenta, ¿cómo ni para qué se van a examinar los diques que han podido contenerla? En todo caso, conviene, para evitar en otras ocasiones semejantes iguales consecuencias, examinar quién sembró los vientos que la produjeron. La mayoría hizo eso por instinto de conservación, porque comprendió que si lo que la opinión pública había dado en llamar conjura triunfaba, no lo dude el Sr. Romero Robledo, hubiera quedado destruido el partido liberal y deshecho el organismo político creado a tanta costa, fuerza conservadora de los principios modernos y uno de los fundamentos más sólidos de las instituciones y de la paz pública. (Aprobación en la mayoría).

La mayoría en ese momento no quiso ni pudo querer desacatar en poco ni en mucho la autoridad presidencial; que no hay Diputado que no tenga un respeto religioso a la autoridad presidencial, porque el Presidente y la autoridad presidencial son siempre escudo y defensa de la mayoría y de las minorías, de todos y de cada uno de los Diputados, y éstos tienen, no pueden menos de tener la convicción de que esa autoridad presidencial ha de guardar absoluta neutralidad, y ni se ha de poner de acuerdo con la mayoría para quitar la libertad y evitar la discusión a las minorías, ni ha de ponerse de acuerdo con las minorías para evitar la discusión y las soluciones de la mayoría; y en este sentido, la autoridad presidencial infunde respeto a todas las Asambleas deliberantes. No, no se trata de eso; se trata de un movimiento espontáneo. Si la mayoría se creyó sorprendida, ¿se quiere que no tuviera espíritu de partido, ni pasión política, ni instinto de conservación, ni siquiera dignidad? Y el estallido del espíritu, de la pasión política, del instinto de conservación, ese estallido se ha realizado en esta Asamblea, como se ha realizado en todas las Asambleas del mundo; que a diario estamos viendo sesiones tan borrascosas y aún más borrascosas que las que produjo el acto del Presidente de esta Cámara, que de haber sido realmente aislado, no hubiera producido en todos los individuos de esta mayoría más que el sentimiento que me produjo a mí. Y a mí me produjo ese sentimiento, Sres. Diputados, porque yo, a pesar de algunas indicaciones que sobre la cuestión económica me había hecho el que ha sido hasta hace poco tiempo nuestro digno Presidente, no creí que esas indicaciones pudieran dar lugar a disidencia ninguna, porque nunca cerré la puerta a las soluciones económicas que mis amigos propusieran; siempre dije y pensé que las discutiríamos con la mejor buena fe, y plantearíamos o aceptaríamos aquellas que más convenientes fueran a los intereses generales de nuestro país. Y cuando yo no cerraba la puerta a ninguna solución; cuando no la he cerrado jamás, y cuando ahora menos que nunca la cerraba, no podía yo creer que para el Sr. Martos, que en este camino de las cuestiones económicas ha ido siempre más allá que yo y en la dirección del libre cambio, no creía yo, repito, que esta cuestión pudiera ser nunca cuestión tan importante, que produjera los resultados que todos lamentamos. [43]

El Sr. Martos jamás me habló de que podría verse en el caso de adoptar una actitud semejante. Llega, sin embargo, el día en que había de votarse la proposición del Sr. Fernández Villaverde; tenía yo la necesidad de hablar aquel día, y vine muy temprano por si a primera hora me concedía el Sr. Presidente la palabra. Empezó la sesión; y empezada ésta, habiendo entrado en el orden del día y hallándose reunido el Congreso en Secciones, tuve la honra de ser llamado por el que era nuestro digno Presidente a sus habitaciones, y yo el gusto de acudir a su llamamiento. Había de concluirse el debate aquella tarde, y el señor Martos me llamaba para anunciarme que se iba a abstener en la votación que había de tener lugar pocos momentos después.

Entonces le hice presente al Sr. Martos los conflictos que eso podría ocasionar; procuré disuadirle, haciendo todos los esfuerzos que estuvieron a mi alcance, y todo lo que me decía era: "Yo tengo compromisos". -Pero Sr. Martos, añadía yo, también los tiene S.S. con la mayoría.- "Pues yo no puedo prescindir de los que indico", replicaba el entonces Presidente; son compromisos de conciencia, y, o dimito, o me abstengo; y para abstenerme, o me abstengo sin hablar, o hablo para abstenerme". -Pues, Sr. Martos, ninguna de esas cosas puedo yo aceptar, y suplico a S.S. que o las realice, porque cualquiera de ellas trae en estos momentos al Gobierno y a la mayoría una gravísima perturbación. -"Pues dimitiré". -No; porque esta tarde acaba la discusión, mañana hemos de empezar el sufragio universal, y con el debate que va a promoverse con la dimisión de S.S. con la interpretación que se va a dar a las razones que S.S. haya tenido para irse, se va a llenar todo el mes que falta, y adiós al sufragio universal, adiós presupuestos, adiós cuestiones económicas y adiós todo.

Yo no sabía ya a qué medios apelar para convencer al Sr. Martos de que no podía ser contrario a su conciencia votar con la mayoría una proposición que al fin y al cabo iba en la dirección de sus ideas de siempre, y aprovechaba todos los que se me presentaban; hasta el punto, que habiendo entrado un empleado del Congreso en aquellas habitaciones para pedir órdenes, creo que para abrirse la sesión, porque ya había terminado la reunión de Secciones, yo me aproveché de su entrada y le dije: "Cierre usted la puerta; que estoy convenciendo al Sr. Martos para que no haga una cosa que yo creo que no debe hacer, y quiero que usted me ayude en esta empresa, diciéndole si hay precedentes sobre lo que quiere hacer el Sr. Presidente".

Le conté el caso; le dije que quería abstenerse; y entonces ese empleado, que es muy leal al Presidente y muy entendido, dijo: "Precedentes sí hay; pero cuando un Presidente ha querido abstenerse, lo que ha hecho ha sido no venir, se ha quedado en su casa". Yo que sólo deseaba encontrar algo a que acogerme para evitar toda clase de dificultades, le dije al Sr. Martos: "pues todavía, si Vd. no hubiera venido, o se fuese a su casa, tendría solución el asunto (Fuertes rumores); yo cuidaría de que las cosas quedaran arregladas, evitando el conflicto que nacería del rozamiento que pudiera ocurrir entre la mayoría y el Presidente; porque, le dije, la mayoría está hoy desconfiada y recelosa de Vd., y cualquier cosa que Vd. haga en contra de ella puede producir el divorcio entre ambos, y ese conflicto nos va a detener en nuestro trabajos parlamentarios. Lo que yo quería era evitar el conflicto, hasta el punto de que llegué a decirle: "Si Vd. no hubiera venido, yo podría explicar la abstención de Vd.; y como desde mañana empieza el sufragio universal, y el partido conservador con este motivo ha de atacar en toda la línea al partido libera, y éste ha de tener que defenderse de esos ataque, todo lo que haya pasado entre nosotros desaparece, y vuelve otra vez a establecerse la concordia y la armonía entre el Presidente y la mayoría, que es lo que se desea". (Aplausos en la mayoría. -Fuertes rumores. -El Sr. Presidente llama al orden).

No pude convencer al Sr. Martos, y entonces le dije: "Señor Martos, yo suplico a Vd. que consulte el caso con aquellas personas que sean de su mayor cariño y que crea que no le han de aconsejar nada que ceda en su perjuicio, porque tengo la seguridad de que lo harán en el mismo sentido que yo; porque le aconsejo, no tan sólo en bien del partido, del país y de las instituciones, sino en bien de su propia personalidad". Me respondió: "Pues el primero con quien tengo que consultar es el Sr. Gamazo". Le contesté: "Con mucho gusto mío; consúltele Vd., porque tengo la seguridad de que le aconsejará como yo".

Y en efecto, fue llamado el Sr. Gamazo; y el señor Gamazo, con su nobleza característica, con un deseo patriótico, le dijo: "Por mi parte, queda Vd. en libertad para votar con arreglo a su conciencia".

Todavía no se convenció el Sr. Martos; la hora de la sesión apremiaba; había empezado ya a hablar el Sr. Navarro Rodrigo; yo tenía que oírle, y apremiado por la necesidad de venir a este sitio, me conformé con decir al Sr. Martos: "Antes de adoptar una resolución, consulte Vd. ¡por Dios! con amigos de su confianza, que tengo la seguridad que han de aconsejarle como yo". El Sr. Martos me contestó: "Pues bien; consultaré con algunos amigos, y pensaré lo que he de hacer".

Vine aquí, y al poco rato tuve necesidad de hacer uso de la palabra para contender con mi distinguido amigo el Sr. Gamazo; y tanta era mi preocupación, que no quise hacerlo con el Sr. Cánovas del Castillo; pero cuando a los tres cuartos de hora vi entrar al Sr. Martos y sentarse en esa silla, en mi deseo de que no tomara ninguna de las resoluciones de que he hablado, creí que su entrada era consecuencia de haber consultado, como él me dijo, a sus amigos, y de que estaba resuelto a votar con la mayoría. De manera que en realidad, aun en la pequeña duda que yo tuve, no dije nada a nadie; pero declaro que el dolo que me produjo la actitud de S.S., sólo puede igualarse con la extrañeza que su misma actitud me causó.

Fueron inútiles mis esfuerzos, y ocurrió lo que yo había previsto, lo que yo quería evitar: que vino el divorcio entre la mayoría y su Presidente, y vino de la manera que todo el mundo sabe y que todos por igual lamentamos. En seguida que ocurrió el suceso, yo quise ver al Sr. Martos; fui a buscarle a la Presidencia de esta casa; no le encontré; acababa de marcharse; quise reunir a mis compañeros; ya era tarde, y lo dejé para la noche; y en efecto, hubo el consejo de Ministros a que se ha referido el Sr. Romero Robledo; y habiendo en él contado a mis compañeros que no había podido ver la Sr. Martos y que no sabía cuál era su actitud después del desgraciado divorcio [44] que se había establecido entre él y la mayoría, después de deliberar acerca de esto, comisionamos a uno de nuestros compañeros, a un Sr. Ministro, para que fuera a hablar de la actitud del Sr. Martos, de parte del Consejo de Ministros.

Éste continuó reunido hasta que regresó aquel Sr. Ministro. Éste expuso al Sr. Martos la misión que llevaba de parte del Consejo, y el Sr. Martos contestó que a pesar del divorcio que se había establecido entre la mayoría y él, estaba resuelto a volver a presidir. Regresó el Sr. Ministro; nos enteró del resultado de la conferencia con el Sr. Martos, y entonces el Consejo de Ministros no tomó acuerdo ninguno, porque pensando todavía que en aras de la unidad del partido liberal, que en aras de la unión de todos, se debía reflexionar a fin de suavizar ciertas actitudes, creyó mejor no adoptar resolución alguno, quedando en reunirse al día siguiente aquí antes de la sesión. Y aquí nos reunimos, en efecto, y hablamos con algunos amigos impacientes que deseaban conocer la resolución que se hubiera adoptado o la que convendría adoptar.

En esta reunión, más bien que consejo de Ministros, se acordó no hacer nada por el pronto, pero evitar a todo trance sucesos como el del día anterior. Cuando nosotros supimos que un Diputado del partido conservador, habiendo entrado ya en la orden del día y estándose discutiendo el sufragio universal, anunciaba incidentes graves que le detendrían en su discurso (El Sr. Domínguez, D. Lorenzo, pide la palabra), y empezaba a correr la voz de que el Sr. Martos venía a presidir, y que como protesta contra la mayoría, el partido conservador le recibía con un aplauso tan provocativo como el del día anterior, para que se volviera a repetir el conflicto? (Protestas en los bancos de la minoría conservadora. -El Sr. Cánovas del Castillo: No hubo ese segundo aplauso). Por de pronto se nos dijo, y esto es lo que sirvió de base, no para tomar un acuerdo de gobierno, sino para aconsejar a los amigos que antes de protestar con ruido contra el aplauso con que fuera recibido el Presidente de la Cámara, se contestara cogiendo el sombrero y saliéndose del salón; y todavía se añadió que en el caso de que fuera necesario para evitar el escándalo salirse del salón, porque lo que se quería evitar era el tumulto del día anterior, que reproducido ya tenía mucha más gravedad que la que tuvo el día anterior, quedaría el Sr. Ministro de la Gobernación, puesto que se estaba discutiendo el sufragio universal, y los individuos de la mayoría que forman parte de la Comisión. Siempre nos pareció que era más prudente y más patriótico contestar con el silencia que con protestas ruidosas.

Yo no tuve el disgusto de presenciar la escena, porque precisamente los deberes de mi cargo me llamaban en aquel momento a otra parte; pero debió ser muy breve (El Sr. Romero Robledo pide la palabra para rectificar), porque apenas estuve fuera del local del Congreso catorce minutos, y cuando volví de cumplir deberes imprescindibles me encontré con que todo había pasado.

¿Cómo empezó? Empezaron a aplaudir los unos, los otros a levantarse? (Protestas en los bancos de la minoría conservadora. -Los Sres. Conde de Toreno y Villaverde pronuncian algunas palabras que no se oyen). Falta la serenidad en algunos momentos para juzgar de los actos de los unos y de los otros; basta muchas veces un ademán, una palabra que no oyen todos, pero que escuchan algunos, para que la tempestad comience. ¿Cómo comenzó? ¿Quién la comenzó? Difícil averiguarlo. (El Sr. Romero Robledo: Yo se lo diré a S.S. -El Sr. Domínguez, D. Lorenzo: Pido que se lea el Acta de aquel día y el Diario de Sesiones).

(El Presidente de la Cámara indica que se leerán a su debido tiempo; continúa hablando el Sr. Presidente del Consejo de Ministros).

Sea de ello lo que quiera, el consejo estaba dado. (Rumores en los bancos de la minoría conservadora). Repito que el consejo estaba dado para evitar el tumulto. No se evitó; pero también tengo entendido, por lo que he oído a autoridades de esta Cámara, no sólo de la mayoría, sino también fuera de ella, que el tumulto estaba dominado. (En los bancos de la minoría reformista: No, no. -En los bancos de la mayoría y minoría conservadora: Sí, sí). El tumulto estaba dominado; y la prueba de que lo estaba es que se leyó un artículo del Reglamento con el silencio más profundo, y que después hizo uso de la palabra otra vez el Sr. Domínguez.

Luego, al comenzar de nuevo a usar de la palabra el Sr. Domínguez, se reprodujo el tumulto. (Fuertes rumores en los bancos de la minoría conservadora). Luego, a consecuencia de palabras pronunciadas por el Sr. Domínguez, se reprodujo. (Nuevos rumores. -Varios Sres. Diputados: ¿Qué palabras?). Ya se leerán. (El Sr. Domínguez, D. Lorenzo: Pido la palabra. -Continúan los rumores en medio de los campanillazos del Sr. Presidente, que procura restablecer el orden). Decía que a consecuencia de unas palabras del Sr. Domínguez? (Un Sr. Diputado: ¿Cuáles?) Las que se quiera, aun el Credo mismo; porque cuando los ánimos llegan a ciertos trances, con el Credo se exasperan.

Ya lo ve el Sr. Romero Robledo: a pesar de la injusticia con que ha tratado a la mayoría, ésta le ha oído los mayores improperios y provocaciones en el mayor silencio, y a mí no me queréis vosotros dejar decir estas palabras. (Aplausos en la mayoría; interrupciones en las minorías). ¿Y sabéis por qué hacéis esto? Porque como no tenéis razón, os conviene armar ruido.

¿Qué impaciencias ni qué prisas son esas? ¿No están ahí las palabras? Pues ya las oiremos. Yo estoy refiriendo hechos; y me basta con referirlos para que no tengáis necesidad de protestar, porque yo no falto a la exactitud de los mismos. Iba diciendo que a consecuencia de unas palabras del Sr. Domínguez se reprodujo el alboroto. ¿Es esto cierto? (Varios Sres. Diputados: Sí, sí. -Otros Sres. Diputados: No, no. -El Sr. Domínguez, D. Lorenzo: No se produjo el tumulto por palabras mías. -El Sr. Celleruelo increpa a varios Sres. Diputados de la minoría conservadora, y éstos a su vez al Sr. Celleruelo, sin que se perciban las palabras que pronuncian). [45]

(El Presidente de la Cámara intenta poner orden y preguntar si se prorroga la sesión. Habla el Sr. Sagasta).

Yo intervendré muy poco tiempo. (El Sr. Romero Robledo: Hay debate todavía).

Pues bien; según mis noticias, fundadas en autoridades parlamentarias, aun este segundo tumulto también estaba dominado; y a no ser por cierto emisario, que ni siquiera era Diputado, que llegó a la mesa, no hubiera pasado lo que pasó, ni hubiera ocurrido el nuevo tumulto. (Rumores en las minorías). Y únicamente cuando terminó la discusión de la manera que terminó, y por la razón que influyó en su terminación, es cuando el tumulto subió de punto. Porque, después de todo, hay que advertir que algunos Diputados, llevado de la pasión, llevados de exceso de celo, pudieron entonces hacer algo más de lo que la prudencia aconsejaba; pero la mayor parte de los que contribuyeron al tumulto, ni siquiera eran Diputados ni tenían derecho a estar en este sitio. (Aprobación).

No hablemos, pues, de aquellos sucesos, que a todos nos conviene olvidar, y que conviene que olvidemos todos, en bien del sistema representativo. (El señor Romero Robledo: Pero no falsear los hechos). Yo no falseo nada; he procurado no faltar a la exactitud: lo que he presenciado, lo he dicho; lo que no he visto, he dicho que me lo han referido; pero me lo han referido personas que merecen tanto crédito como S.S.; y repare S.S. que en cuestiones de esta naturaleza es muy fácil equivocarse, y no debe tener S.S. la pretensión de que es sólo el que acierta, en cuestiones en que la pasión tanto se interesa. (El Sr. Romero Robledo: Yo presencié los hechos, y a S.S. se los han contado). Pues S.S. presenciaría los hechos, pero todavía he referido yo hechos que S.S. ignoraba. (El Sr. Romero Robledo: Como se ha contado ahí una historia?). Sí, es historia; y en último resultado ya lo verá S.S.

Por lo demás, yo ni en estas cosas ni en ninguna me entretengo en referir novelas a los Sres. Diputados, como S.S. ha hecho esta tarde, haciendo novelas fantásticas sobre mis conferencias con S. M. la Reina Regente, sobre lo que yo he dicho o he podido decir a S. M., sobre lo que S. M. ha podido decirme a mí, y sobre la especie de secuestro en que este Gobierno ha tenido a la Corona, apartándola de Madrid para que no recibiera las impresiones de los hombres políticos. ¡Ah! Su señoría peca pocas veces de prudente; pero esta tarde S.S. ha pecado de una cosa que yo no quiero decir aquí, y que no es seguramente precedente bueno para lo que S.S. y yo defendemos. Su señoría es un amigo de la Monarquía; pero, por lo que voy viendo, es un amigo peligros. (El Sr. Romero Robledo: Menos que S.S.).

Y voy, para abreviar, porque si me hiciera cargo de muchas de las cosas que ha tratado aquí S.S., en mi opinión con sobrada imprudencia, tendría que molestar por mucho tiempo a los Sres. Diputados, y quiero ser breve, porque creo que he de tener que tomar parte muchas veces en este debate, voy a ocuparme del decreto de terminación de la legislatura.

Por lo que se ha visto esta tarde, por lo que se ve en todos los Parlamentos, donde con tanta facilidad se desencadenan las pasiones, yo apelo a la consideración de las gentes imparciales para que digan lo que hubiera sucedido de continuar la legislatura en el estado que quedaron las cosas después de la votación de la proposición del Sr. Fernández Villaverde y después de los sucesos del día 23. una mayoría compacta al lado del Gobierno; un Presidente discrepante al lado de los que en ese momento disentían del Gobierno, y aplaudido y apoyado por sus enemigos de siempre, por la fracción más formidable de oposición de esta Cámara; el obstruccionismo pro reglamento; un alboroto a cada discurso, un escándalo a cada incidente?yo apelo, repito, a las personas imparciales, para que digan si era posible afrontar el trámite lento y complicado de un voto de censura, y si eso no hubiera sido lo mismo que formar una inmensa pira en este hemiciclo y pegarle fuego por todos cuatro costados.

La mayoría, elevando una vez y otra vez, hasta en cuatro legislaturas seguidas, al Sr. Martos a la Presidencia, ha sabido hacer honor a sus talentos, ha sabido apreciar en lo que valen sus altos servicios y ha sabido enaltecer como se merecía su persona; pero desde el instante en que la mayoría y el Presidente se habían hecho incompatibles, el Gobierno, intérprete del partido liberal, propuso la resolución del conflicto como creyó que ofrecería menos inconvenientes para el sistema representativo y para la marcha regular del Gobierno, y procuró esquivar la discusión complicada, difícil y violenta de un voto de censura a aquel mismo a quien con tanto gusto y con tanto entusiasmo habíamos elevado a la Presidencia, y cuidó de apartar el debate del terreno candente y provocador a que naturalmente lo traía la tenacidad en ciertas actitudes y el campo escogido para darse la batalla.

Creyó el Gobierno que este era el mejor medio de resolver la cuestión, y todavía lo cree; y en último resultado, este es un acto de gobierno, exclusivamente de la responsabilidad del mismo. (Varios Sres. Diputados de la minoría conservadora: ¡Ya lo creo! ¡Ya lo creo!). Pues enhorabuena. Atacad al Gobierno, pero no hagáis nada ni ataquéis aquí el uso que la Reina ha hecho de su Regia prerrogativa. (Varios Sres. Diputados de la minoría conservadora: Exigimos la responsabilidad al Gobierno). Pues venga la responsabilidad. Pero ¡qué responsabilidad! Podréis pronunciar todos los discursos que queráis, pero realmente la responsabilidad ya está cubierta. Pues qué ¿creéis que las votaciones de estos días han sido votaciones sólo para los cargos de la Mesa? No, las votaciones de estos días han sido votaciones de aprobación de la conducta del Gobierno (Aplausos en la mayoría y protestas en las minorías), aprobación por la solución dada a todas las cuestiones grandes y pequeñas que se han desarrollado en el interregno parlamentario, y sobre todo por [46] el decreto dando por terminada la legislatura. (El señor Romero Robledo: Ya lo sabemos; pero no porque quiera el Gobierno). Pues si lo sabe S.S., no ha debido sacar aquí el uso que ha hecho S. M. de su Regia prerrogativa, como causa y fundamento de un acto que es meramente de gobierno. Y si eso es verdad, S.S. no ha debido decir aquí que ha sido la primera vez que los actos de S. M. la Reina Regente han sido discutidos en las tertulias, como no fuera para protestar tan solemne y tan soberanamente como hay necesidad de protestar contra semejante hecho. (Grandes aplausos. -El señor Vizconde de Campo-Grande: Esas sí que son provocaciones). ¿Qué provocaciones? ¿Dónde están las provocaciones? (El Sr. Vizconde de Campo-Grande: En los aplausos, según la doctrina de S.S.). Pero ¿no os aplaudís vosotros a vosotros mismos?

Porque el Jefe del Estado no puede ser nunca responsable de ningún acto de gobierno en el sistema representativo, limitándose a pulsar la opinión, a indagar la voluntad nacional, para en todo caso, y cuando cree oportuno lo que la voluntad nacional le pide, cambiar de política y llamar al poder al partido que la misma voluntad nacional le indica. En este caso supremo, un cambio de política, y entendiendo lealmente siempre que el país lo demanda, es cuando pudiera atribuirse al Jefe del Estado? (El Sr. Romero Robledo: Tampoco entonces). Espere S.S.; en ese caso únicamente? (Protestas en las minorías. -El Sr. Cánovas del Castillo pronuncia algunas palabras que no se oyen).

¡Ah, Sr. Cánovas del Castillo! Su señoría no me deja concluir la teoría, y en cambio ha dejado concluir argumentos tremendos contra la Regia prerrogativa. (Aplausos en la mayoría. -El Sr. Cánovas del Castillo: He rectificado una opinión falsa constitucional de S.S.).

(El Sr. Presidente de la Cámara pone orden y el Sr. Presidente del Consejo de Ministros continúa su discurso).

Digo que en todo caso, y en rigor de derecho constitucional, puede atribuírsele la iniciativa, pero nunca la responsabilidad; porque aparte de que suelen ser consultados los hombres importantes de los partidos, en todo caso, y en último término, responden el Ministerio que sale y el Ministerio que entra. (El Sr. Cánovas del Castillo: Eso, eso).

En todo lo demás, y cuando el Rey mantiene a su Gobierno en su confianza, siempre en su leal saber y entender de que así lo demanda la pública opinión, entonces el Rey no ejerce acto ninguno de gobierno ni se mete en las contiendas de los partidos. (El Sr. Romero Robledo: Nunca). Pues entonces, ¿por qué S.S. ha dicho lo contrario? Entonces, ¿a qué hablar de la Reina en las tertulias, como S.S. ha dicho? Entonces, ¿por qué ciertas reticencias y ciertas reservas en los periódicos conservadores? (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Cuáles?). En muchos periódicos conservadores, que se los diré a S.S. Pues qué, ¿no lo sabe S.S.? (El señor Cánovas del Castillo: Vengan, y los desautorizaré).

Las cosas que tienen cuenta a S.S., las tienen pensadas; y debía tener bien pensado que no atacaran ciertas cosas los periódicos conservadores, (El Sr. Pidal y Mon: ¿Por qué no los habéis denunciado? -El Sr. Mon: Precisamente, uno de la prensa está alborotado en la tribuna).

No lo hemos hecho porque entendíamos que más que una denuncia del Gobierno influiría en vuestros periódicos, señores conservadores, una advertencia vuestra o una amonestación del jefe del partido.

¿Qué manía es esa, Sr. Romero Robledo, de hacerme aparecer como sospechoso ante la Monarquía, porque el Sr. Castelar, a quien parece que S.S. tiene montado en las narices (Risas), vea con más o menos benevolencia la política del Gobierno? (El Sr. Romero Robledo: No; la dirige). ¿Pues no sabe S.S. que cunado S.S., con esa volubilidad en que vive y con ese movimiento perpetuo en que está, formó una especie de izquierda con el Sr. López Domínguez, porque S.S. y el Sr. López Domínguez presentaban un programa más liberal que el que tiene este partido, dejó de apoyar nuestra política y también miró con benevolencia la política de SS. SS.? (El Sr. Romero Robledo: No se fue; nos combatió como un buen sagastino que es. -Rumores. -El Sr. Pidal: Se ha declarado satisfecho del SR. Sagasta).

A mí me dijo el Sr. Castelar, que si esa agrupación hacía una política más liberal que la política del Gobierno, y si además traía o procuraba traer más pronto que el Gobierno el sufragio universal, daría la benevolencia que hasta entonces había dispensado al Gobierno, a la fracción en que estaba el Sr. Romero Robledo; y añadió que así lo hizo cuando se formó con un programa más liberal que el que tenía el partido fusionista. (El Sr. Romero Robledo: Con nosotros, jamás. -El Sr. Castelar: Pero con la izquierda estaba el Sr. López Domínguez).

Por lo demás, es muy extraño, Sres. Diputados: el Sr. Castelar y otros republicanos ven con benevolencia la política del partido liberal, apoyan a este partido contra lo que se ha dado en llamar conjura, y se dice: hay gran peligro para la Monarquía, porque os dejáis apoyar por un partido republicano, y no recibís ese apoyo sino a cambio de otras compensaciones que han de debilitar a la Monarquía. Pues ¿sabéis qué republicanos apoyan la conjura contra el partido liberal? Pues los republicanos que representa el periódico El País. (El Sr. Romero Robledo: Pero no la dirigen. -El Sr. Sánchez Bedoya: No es exacto).

¿Que no es exacto? Lea S.S. un periódico autorizado del partido conservador, que El Estandarte, y verá cómo ese periódico se regocija con el aplauso que dispensa a la conjura El País, órganos del señor Ruiz Zorrilla.

No hay más sino que ahora el Sr. Romero Robledo tiene montado en las narices al Sr. Castelar, como antes tuvo al Sr. Martos, y como ha tenido al Sr. Cassola. Por consiguiente, al país deben tenerle si cuidado [47] esas exageraciones de S.S., fundadas en esos peligros que S.S. augura que han de traer ciertas benevolencias, porque los mismos peligros auguró por el apoyo que el Sr. Martos prestaba a la situación, y hasta por el que le prestó el Sr. Cassola. Pero de cualquier modo, no es manera de tratar a las personas que quieren venir a respetar la legalidad, la manera como S.S. quiere tratar al Sr. Castelar (El Sr. Romero Robledo: Que no quiere venir); que si hubiéramos tratado así al Sr. Martos, no hubiera venido, ni siquiera se hubiese puesto a honesta distancia, para hacerla desaparecer después.

Pero ¿quiere S.S. atraer a las gentes con la violencia y con la humillación? Y si no es así, ¿qué quiere S.S.? Lo que conviene demostrar aquí, es lo que ya he dicho en alguna otra parte: que la Monarquía de Don Alfonso XIII presenta horizontes tan amplios, que no hay aspiración legítima, ni ideal patriótico, ni opinión honrada que no halle en ella protección y cómodo asiento. (El Sr. Romero Robledo: ¿Incluso la República? -Fuertes rumores). Que es una Monarquía, no de partido, sino de españoles; que no hay español ninguno, venga de donde viniere, del llano o de la montaña, de la izquierda o de la derecha, que no pueda, no sólo aceptarla y respetarla sin humillación, sino ayudarla y servirla con honra, porque al ayudar a la Monarquía sirve a la Patria, tan necesitada del esfuerzo, de los sacrificios y del patriotismo de todos en general. (Bien, en la mayoría). Si así quieren venir, vengan en buena hora, y no los detengamos en el camino con reproches, con violencias, recriminaciones de cierto género y humillaciones que no puede resistir, y hace bien, ninguna persona digna ni honrada.

Yo no tengo la culpa de que el Sr. Romero Robledo no haya encontrado el bill a que yo me referí en la reunión de la mayoría; pero yo le traeré a su señoría mañana una copia de ese bill. (El Sr. Romero Robledo: Bueno. Me alegro). Es que si yo hubiera sabido que de él íbamos a tratar, lo hubiera traído hoy. (El Sr. Romero Robledo pronuncia algunas palabras que no se perciben). Pues ahora se lo voy a explicar a S.S.

Como la historia parlamentaria y constitucional de Inglaterra es tan rara y presenta tantas anomalías, sobre todo para nosotros los españoles, así con arreglo a la Constitución española el Parlamento no puede discutir a presencia del Rey, según la Constitución británica siempre se supone presente al Rey en el Parlamento. Para sostener esta ficción, procuraron los ingleses una porción de expedientes extraños, sobre todo para nosotros. Pero ya sea porque se perdió la tradición, o porque el primer Rey de la casa de Hannover, Jorge I, no conocía el inglés, o por otros motivos, es el caso que se empezó a deliberar y discutir en ausencia del Rey, y los Ministros y los Diputados abusaron tanto de su nombre para abonar sus opiniones y fundamentarlas, que la Cámara tuvo que adoptar una resolución o bill, cuya copia traeré yo mañana a S.S.

Este bill o resolución se tomó en 1783. (El Sr. Romero Robledo: ¿Pero no ha dicho S.S.??). Espere S.S., que no he concluido. Pasaron los tiempos; ese bill, como otra porción de disposiciones parlamentarias inglesas, estaba olvidado; llegó el año 1873, y entonces se avivó la lucha entre el partido liberal inglés y el partido conservador, lucha que duró algunos años, sobre si convenía más o menos a la Reina de Inglaterra el título de Emperatriz de las Indias. El partido conservador creía que ese título daría mayor esplendor al Trono en aquellas regiones, y el partido liberal juzgaba que ese título Imperial podría traer perjuicios o menoscabo al Parlamento. Se entabló una lucha muy viva entre ambos partidos, y el uno y el otro, por medio de los representantes que hablaron en el Parlamento, cometieron la indiscreción, puede decirse así, de traer en apoyo de sus opiniones en nombre de la Reina, por lo cual se recordó la resolución o bill de 1783.

Mr. Lowe, que había sido Ministro con Gladstone en el año 1873, tomó parte en esa discusión, combatiendo la creación del título Imperial; y Disraeli, que era entonces Presidente del Consejo de Ministros y jefe del partido conservador, defendía el título de Emperatriz de las Indias. Pues bien; los dos invocaron el nombre de la Reina, y entonces el Speaker intervino solemnemente en el debate para recordar el bill del año 1783, que declaraba delito de alta traición el traer el nombre de la Reina a los debates para abonar ninguna opinión o como fundamento o causa de los actos del Gobierno.

Ahí tiene explicado el Sr. Romero Robledo el bill tantas veces citado. [48]



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